Depender de Dios es fundamental en la vida cristiana, y los cristianos nos caracterizamos porque hemos aprendido a depender de Dios. Desde el momento mismo de nuestro encuentro personal con Cristo, lo hicimos porque gracias al Espíritu de Dios que nos redarguyó nos dimos cuenta que estábamos a la deriva, sin ninguna esperanza, ni de salvación de ninguna otra cosa.